miércoles, 31 de diciembre de 2014

Alicia en el país de las Maravillas


"Logrado, por fin, el silencio,
con la imaginación se van,
tras esa niña soñada,
por un mundo nuevo de raras maravillas"


Heme aquí, vestida con mi mejor traje luego de sacar la alfombra roja, lista para abrir el rincón de los clásicos, donde tienen cabida aquellos libros de los que todos (o la gran mayoría) supimos alguna vez. Y encontré ideal estrenarlo con uno que para mí vino con anécdota. Pues, habiéndome visto al menos tres películas recién vengo a notar que el libro, propiamente tal, no lo había leído. Así, me armé de un ejemplar y seguí a Alicia en su persecución conejil.

¿Y qué encontré? Pues ya me dirán qué se consigue al perseguir a un conejo que habla y mira la hora... Alicia pilló un agujero, yo me encontré con una lectura que admito, no recuerdo haber experimentado en otros libros. Tan cercana, familiar, como si en vez de leer estuviera oyendo un relato verbal del escritor. Fue una sensación nueva que me dejó un buen sabor de boca, y seguramente fue la razón para que, como en mis lecturas de antaño, lograra atraparme de tal forma que terminé devorando el libro en menos de dos días.

El País de las Maravillas que Lewis Carroll me presentó lo encontré como un revoltijo de la más ridícula incoherencia, junto al más profundo de los análisis. Y es que destaco la inteligente creatividad del autor y la obra misma, que a pesar de la locura aparente que muestra en sus personajes y situaciones, sorprende con el sentido que les da a los mismos. Incluso la eterna merienda del Sombrerero tiene su razón, así como el porqué la Reina de Corazones aún posee súbitos en su afán de cortar cabezas. Aparte de ésos diálogos que, a mi parecer, ocultan una reflexión a modo personal, como el famoso “¿Quién eres tú?” de la Oruga, o el Gato de Cheshire y su genial forma de dar –o no dar– indicaciones:
“-Minino de Cheshire ¿podrías decirme por favor qué camino tomar para salir de aquí?
-Eso depende en gran parte del lugar a donde quieras ir.
-No me importa mucho el lugar.
-Entonces poco importa el camino que tomes.”

En los personajes no hay mucho que decir, aparte que todos están locos (¿o no?) Reconozco que eché de menos un poco más de descripción o perfiles, pero dado el contexto admito que no era necesario. Y en los casos que sí, se dio en su justa medida, siendo la prota el mayor ejemplo. Sin que me la describieran derechamente, pude notar que es una niña muy curiosa, muy parlanchina y muy metepatas, sobretodo con la lengua (y para su mal, se encuentra con personajes que se ofenden fácilmente). Aquí no puedo dejar de mencionar al que se convirtió en mi favorito: “la pobre Lagartija Bill” –citando al mismo autor– que me sacó más de una risa en su secundario rol “quemado”, siendo el típico caso del personaje al que le pasan todos los chascarros.

Sin más, sólo me resta recomendarles plenamente esta gran obra del autor británico Lewis Carroll; definitivamente el libro es mejor que cualquier película y ahora puedo dar plena fe de ello. Dicho esto me voy a mi rincón, donde me espera la Oruga azul con un té para seguir con nuestras discusiones filosóficas sobre la vida misma.
¡Buenos libros para todos!
S. K. Seibert.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Misterios y Revelaciones en Allasneda

Y descubrimos…
que murió la lógica con el apagón de la última estrella

 “Érase una vez una pequeña exploradora que llegó a un gran cerro, en cuya punta decían estaba la mayor Olla de Chocolate del mundo. Como le encantaba la dulce golosina -y vio un delineado camino de tierra-, no tardó en correr por ahí deseando que la leyenda fuera cierta. Sin embargo no alcanzó a dar ni diez pasos antes de tropezarse con una roca; muy grande y seguro bien camuflada, pues al levantarse no entendió cómo con su tamaño no la vio venir. Sin darle más importancia siguió avanzando, un poco más lento que antes y observando más el camino, lleno de flores a los lados y pequeños arbustos y ¿una rama? ¡zaz! Aquella golpeó su cabeza con fuerza y su pelo se atoró con otra.
Confundida al liberarse notó que eran parte de un árbol... que no había estado ahí antes. ¿O ella no lo vio?
—primero rocas, ahora árboles— pensó. Seria y dispuesta a no dejarse sorprender continuó a paso firme, viendo sólo las flores a su alrededor; todas de un dulce aroma, tan relajante que comenzó a bostezar y por poco se queda dormida. Aunque el hoyo (por el que cayó unos pasos más adelante) se encargó de despertarla.
Tras salir con esfuerzo de él y recibir una helada ventisca que la obligó a abrazarse, siguió con porfía su engañoso camino, ahora preguntándose si la leyenda también sería falsa o no”

Ejem, ejem.
Antes que alguien me pregunte de cuál fumo, aclaro que el cuento de arriba es una simbólica manera de expresar cómo me sentí en el movido viaje dentro de la ciudad de Allasneda, descrita por la autora Chilena Sascha Hannig. Y dado que fueron dos historias las contadas (y no una en dos partes, como pensé en un inicio) las veré por separado, pues las impresiones fueron muy diferentes:


Comenzamos con La lógica de la muerte
Este relato me llevó a la localidad de Puerto Nataliano junto a Thomas Belger (el prota) un joven científico que debe resolver la serie de asesinatos inexplicables que allí pasan: un muerto por día y todos a la misma hora.

La idea base la encontré buena, coherente y con cierto potencial que pudo mezclarse con el aspecto mágico de la trama. Lamentablemente, una idea por sí sola no basta para hacer una historia buena. Y en La lógica me quedó más que clara la enseñanza.
Con la ambientación ya percibí los problemas. No leí mucha descripción de los lugares o las situaciones. Por ejemplo; me muestran una idea general del puerto, pero no me colocan que Víctor (el sobrino de Thomas) se encuentra en el cuarto cuando éste ingresa (menos si acostado, sentado, mirando el techo, qué se yo) y sólo me entero cuando aquél habla... porque la frase empieza con la palabra “tío”, no porque luego de la oración se aclare que es él -y no un fantasma como bien podría pensar-. En el mismo marco, luego Thomas va a la cocina a conversar con la casera... y de pronto Víctor aparece comentando que envió una carta. ¿No que el chiquillo estaba en el cuarto? ¿Cuándo se movió?
Está bien que el libro tenga su toque paranormal, pero dudo que estos casos se deban a “invocaciones espontáneas”.

Los diálogos tampoco se salvan. Hay guiones mezclados con comillas que muchas veces los reemplazan; amén de encontrarse pegados entre sí como si todos formaran un texto narrativo. Digamos que las vi negras para lograr captar quién decía qué cosa, y si la frase en cuestión era verbal o un pensamiento del personaje. No miento al decir que tuve que dar una segunda o incluso tercera lectura en más de una ocasión. La cosa mejora un poco cuando llevas más de la mitad de la lectura, algo tarde para mi gusto.
Y hablando de diálogos, no puedo dejar pasar uno en el cual, por primera vez en toda mi vida de lectora, me encontré con que el prota estaba hablando “con ella”, ¡sin que en algún momento se aclare quién rayos era ella! (para los incrédulos, pág. 28). Creo que como lectora y escritora, no peco de estricta al decir que lo mínimo que espero encontrar en un diálogo, es saber quiénes están hablando.

En los personajes choqué con una falta de desarrollo tanto física como emocional. Sascha tiene una tendencia a usar los ojos como medio descriptivo en distintos aspectos y momentos: “Lo miró con sus grandes ojos” “cabellera rubia y ojos oscuros” “cabello anaranjado, largo y ojos verdes” “Sus ojos eran crueles” “desvió la vista por unos segundos” “dijo mirándolo a los ojos”. Oye, si también la gente tiene narices, bocas, manos, cejas... etc.
Irónicamente vi un par de perfiles físicos interesantes en personajes que sólo aparecen una vez, mientras que los importantes recibieron el archiconocido tripack de “color de pelo, ojos y altura”. En su momento la autora nos dice que para Thomas “criar a su sobrino fue un infierno”... ¿por qué? ¿qué pasó para que lo sintiera así? No puedo conectarme con el personaje si no me explican nada. En lo personal creo que hubiera sido una buena instancia para conocer tanto al tío como al sobrino (de quien sólo se dice que tiene unos traumas por la muerte de sus padres y sería).
Y de la raíz me voy al tallo: Tratándose de una historia que tiene al menos tres momentos críticos, y uno o dos que podrían sacar algunas lagrimitas... me resulta preocupante el que no haya sentido casi nada al leerlos. Dios, estuve leyendo como casi torturaban al prota, y me sentí igual que si hubiera leído que se fue a lavar los dientes. ¿Por qué? Me temo que franca y simplemente estaba más ocupada intentando visualizar qué ocurría. Sí, volvemos al problemón de las descripciones. Que si no es escasa, es enredada y al final a lo más da un cosquilleo que indica que la lectura empieza a atraparte... pero sin lograr ese enganche que uno espera sentir.
Creo que el lío principal aquí es que Sascha en su intento por no mostrar manzanitas y repetirse las ideas (lo que no está mal, de hecho) se pasa al otro extremo y termina escondiendo el refrigerador completo, haciendo que muchas veces me quede con la impresión de andar “deduciendo” que cosas pasaron o quién dijo qué cosa... incluso en situaciones en que simplemente debería leerlo y no interpretarlo.
Fue triste para mí sentir cómo una buena idea no sólo “no fue explotada en su totalidad”, sino que además tuvo una “pobre presentación” que terminó dejándola con menos brillo del que pudo haber tenido. Un diamante sin pulir.


Tengan aquí mi gran presentación del segundo relato.
La última Estrella de la Vasguardia:
Seré sincera: luego del pastelazo anterior, comencé esta historia sin muchas expectativas. Por lo mismo resultó curioso lo que encontré en la primera página: aparece William, un joven antaño alegre, ahora un arrogante malhumorado que vive en una granja heredada, sólo con sus sirvientes porque su familia murió por la plaga blanca.
¿Huelen eso? ¿Piensan lo mismo que yo? ¡He aquí una presentación de personaje como Dios manda! No han pasado ni dos hojas y ya sé que el prota es un “querubín” con dinero en sus bolsillos (tiene sirvientes, digo yo) Y si pensamos que en un semestre se le murió hasta el perro, dejándolo más solo que el dedo gordo... es para amargarse ¿no?
Llevando cuatro páginas leídas lo confirmé: esta pluma de la escritora tenía sus diferencias con la anterior. Y diferencias para mejor, lo que fue más intrigante. (Tengo mis teorías, pero no vienen al caso aquí) Como imaginarán, lo primero que noté fue que había presentación de personajes, así como descripción de situaciones y lugares. Ésta sigo hallándolas medias básicas, pero al menos son claras y ya no hay “personajes invocados” que no se sabe de dónde salieron a escena.
También volvieron los guiones en gloria y majestad, sin comillas que los usurpen; aunque los diálogos siguen pegados como chicles (sigue sin gustarme eso) pero admito que es mucho más entendible la conversación presentada. También me encontré con más diálogos hechos con el formato tradicional, lo que sumó más puntos a la claridad del panorama.

Un hecho que encontré curioso en este relato es la aparición de Thomas Belger como un secundario crucial. No sólo me sorprendió que en La Estrella se mostrara un perfil físico de su persona más detallado que en La Lógica (donde era el prota... ¿WTF? ¡Exijo una explicación!) sino que además cuando me andaba preguntando cómo se relacionaría William con él, me encuentro con que el carácter de este Thomas es muy diferente al que conocí, lo que me dejó con la desagradable idea de una alteración de carácter.
Okey, después me aclaran que Thomas es mayor a como era en la otra historia, pero, además de darse tardíamente la información, nunca me entero de cuánto tiempo ha pasado (¿un año? ¿cinco? Para el cambio que se muestra yo mínimo le doy diez) Al final la idea de una evolución de carácter sólo quedó en eso, una idea.
Y como dice la frase “lo mejor para el final”, en La Estrella pasa casi de forma textual. El juego narrativo que ésta pluma de Sascha creó, haciéndome sospechar del villano, para luego terminar olvidándolo con el desarrollo de la trama hasta que ya se descubrió todo, dejándome con un vívido factor sorpresa, una emoción que volví a revivir en las últimas líneas del texto con un remate inesperado, y un final ¿feliz?
Al menos uno que logró a mi gusto el impacto buscado, lo que no ocurre con La Lógica. Incluso creo que el fantasma que se muestra en La Estrella, resulta ser un contra para el final de La Lógica.

Redoble tambores, aquí viene la hora de la verdad: ¿Lo recomiendo o no?
Si fueran libros separados, recomendaría La última estrella de la Vasguardia; Que si bien no tiene una narración envidiable, sí posee una buena idea base, un desarrollo decente de trama y un final que -en mi opinión- causó buena impresión. Pero, son dos historias en un libro, así que inclino la balanza hacia un NO.
Pese a todos los puntos a favor que encontré en La última estrella, no llega a tanto para compensar lo malo de La lógica (peor si tenemos en cuenta que éste va primero en la lectura) así que no lo recomiendo para leer. Pero ya saben, si quieren corroborar qué tan “cierta” es mi opinión, puramente llevarme la contraria o, idóneamente formarse su propio juicio, sólo deben encontrar un ejemplar y ponerse a leerlo.
Sin más me retiro a mi rincón. Un poco desconcertada por el reciente libro: Historias tan opuestas de una misma pluma.

Felices lecturas para todos.
S. K. Seibert.

jueves, 20 de noviembre de 2014

El Cisne de Hielo


“Bailemos un segundo, bailemos una eternidad"

¿Qué tal?
Alcancé justo a encaramarme en el Cisne de Aniel Bifrost, para que me llevara a una especie de gira mundial con notorias paradas en Nueva York y Rusia, por medio de una nueva historia.
El Cisne de Hielo es para mi gusto un relato maduro y con cierto aire poético, que inevitablemente terminó encantándome con sus elegantes descripciones de ambientes y personas, las cuales me sorprendieron con originales metáforas que refrescaron mi mente de los clichés que se oyen a diario. Aunque hubo una que para mi gusto no cumplió su cometido, dejándome con la idea de cierta pereza oculta en el autor a la hora de describir (decir que la chica iba vestida “para ir a un casino de Mónaco” es lindo y transmite elegancia... pero al menos agrégame el color del vestido, que si no hasta lo puedo imaginar arco iris ¿no?)

Ahora para los curiosos y los que no quieran estar tan perdidos, un mini resumen: La historia inicia con los ojos de Megan, una emergente bailarina clásica que tras fallecer su abuela tiene un encuentro con una antepasada muy vieja en edad, y muy joven en aspecto (¡Premio al que adivine el porqué!). Este encuentro no es casual, así como tampoco la enseñanza que Natasha entrega a su descendiente y a nosotros. No, no la diré, pues sería dar un spoiler tamaño Titanic, pero tal vez más adelante lance algunos guiños por ahí.
El relato me atrapó de un inicio haciéndome avanzar con rapidez por las páginas; si bien llegó un momento en que sentí que perdió su brújula, no alcancé a cuestionar nada pues apareció un ovalado enigma que devolvió mi atención, y como pez tras anzuelo seguí la lectura hasta caer en la verdadera trampa. Y es que el misterio no dura mucho y termina siendo algo evidente, pero en esos momentos no me importó, ya sólo quería saber lo que pasaría con Natasha y su vida misma, quienes son el verdadero atractivo del libro y lo que me motivó a no querer soltarlo hasta el final.

De la trama y personajes, puedo afirmar que la pluma de Aniel se muestra sutilmente versada en temas culturales e históricos, así como revela una profunda ansia de reflexión a través de las vivencias de sus personajes; éstos me parecieron familiares y muy bien perfilados, con claros motores para actuar como lo hacen, y si agregamos que la mayoría son femeninos y trabajados por un autor masculino -como sé en carne propia lo que puede costar el perfilar bien a un personaje del sexo opuesto- (¡y aquí me encuentro con cuatro!) pues, me saco el sombrero.
Por último y no menos importante, aplaudo la forma de compartir el protagonismo entre Megan y Natasha: cuando los focos cambiaron de estrella siempre lo sentí fluido, cómodo, incluso en un momento me encontré viendo la perspectiva de un tercero como si fuera lo más natural, un curioso vaivén que no rompió la conexión en toda la historia.

Así que ya saben, he aquí un libro muy recomendado sobretodo para quienes gusten de historias románticas/dramáticas con vampiros de la vieja escuela. Sin más bajo del cisne y me voy a mi rincón, feliz por este nuevo acierto en la escritura chilena y preguntándome hacia dónde me llevará la siguiente lectura; lo que nunca me cansaré de recomendar: Leer.

Rosas azules para todos.
S. K. Seibert.


martes, 4 de noviembre de 2014

Funeral en Rieles




“El anónimo encubierto”


Como siempre dicen que hay que iniciar las cosas bien, parto esta primera opinión con un libro de un emergente escritor chileno, muy recomendable para mi gusto.
Entre todas las impresiones que me brindó Funeral en Rieles debo destacar y darle mérito al autor, por ser el primer libro entre muchos que he leído, que no menciona la identidad del protagonista. Ok, a simple vista esto sonará para muchos (incluyéndome) un error garrafal; y si bien es algo que desconcierta, el quid que lo convierte en un aporte y no en la falencia esperada es que, contra todo pronóstico esta ausencia de información no molesta, incluso, puede pasarse por alto con facilidad (soy el vivo ejemplo, lo admito). De esta jugada de Michael destaco el que no se mencione ni siquiera en los diálogos manteniendo la naturalidad del texto; así como las opciones que este giro nos puede provocar como lectores: por un lado, la posibilidad de sentirse uno en ese papel y por otro, el poder conocerlo por medio de su estilo de vida, gustos, intereses, metas (y no metas) convirtiendo “al nombre” en un accesorio prescindible.
Recién mencioné la empatía, esa conexión que hace al lector identificarse con los personajes, situaciones, lugares... y la misma abunda en las páginas de Funeral. La descripción de Ciudad Babel y sus áreas vecinas provoca que uno fácilmente pueda imaginarla con sus imperfectos personajes, que poseen tal realismo que uno bien podría esperar encontrarlos saliendo de la casa vecina, o cruzarse con ellos en el supermercado.
Admito que me cuesta encontrar cosas negativas en esta obra. Incluso las que puedo distinguir más que puntos negros, me parecen puntos grisáceos, como la mención de los maizales o la idea de un secreto pueblerino celosamente guardado; aspectos que podrían considerarse poco originales en la temática del terror y suspenso. Pero incluso aquí, estos elementos débiles son usados de tal forma que terminan enriqueciendo la lectura en vez de estorbar.
Y cómo olvidar la trama, factor importante en todo escrito que se precie. Aquí el señor Rivera nos muestra un inicio tranquilo, con tinte policial y quizás hasta flojo según como se mire. Pero, como en el carro de una montaña rusa el enigma se presenta y la tensión aparece cual virus que acompaña en el resto de la lectura, creciendo con cada capítulo y enfermando al lector con esa intriga de querer saber qué acontecerá, culminando con un final “de montaña rusa”: rápido, vertiginoso y abierto en algunos aspectos. Aquí entre nos, me dejó intrigada y pensando si la solución del conflicto fue para mejor... ¿o no?
Hablando de la alcachofa, debo dar crédito a la pequeña historia paralela que nos presentan, tanto por la manera en que lo hace (sin previo aviso y con un giro de narrador) como por el complemento que entrega a la trama principal; este es otro acierto en  originalidad.
Esperando no olvidar nada, cierro mi opinión agradeciendo a Michael Rivera Marín por escribir este libro, así como a la mano amiga que me lo recomendó (y entregó para leer) pues, gracias a ella he logrado tener un buen retorno al mundo de los libros.
Me despido, recomendando al 100% Funeral en Rieles y recordándoles que la única forma de saber cómo es un libro, es justamente así: leyéndolo. Sólo de ese modo se puede tener una propia opinión y decir a ciencia cierta si ha gustado o no.


Saludos a todos
S. K. Seibert.