miércoles, 18 de febrero de 2015

El Dominio Caído

“No hay peor ciego
que el que no quiere ver”



¿Qué tal, amigos lectores?
No alcancé a estar ni dos días en mi rincón antes de recibir la invitación del chileno Cristián Tejada Urbina, para recorrer con entrada liberada el universo de su obra El Dominio Caído. Un relato catalogado como “una auténtica space opera” lo que al principio me intrigó un poco pues, tras averiguar algo del tema descubrí que nunca me había tocado leer de ese género. Pero como jamás niego un libro, me lancé del trampolín a ver qué pillaba al otro lado.

De entrada me encontré con un universo futurista: tecnología de punta, viajes entre planetas a la orden del día, y un problemón que se vive en La Tierra de ese entonces, administrada –a nivel mundial- por un régimen Comunista, con su actual presidente a un paso de la renuncia, pues vive acosado por el líder de Nexus, planeta base de Los Rebeldes que encandilan a las masas con la propuesta de un nuevo sistema totalmente desconocido y supuestamente, mejor para ellos: El Capitalista. Con el conflicto servido y a fuego alto, la ampolleta curiosa se me enciende cuando aparece un personaje del cual sólo se sabe su nombre; Álticus Dion, proveniente de otra galaxia –de la que no se sabe mucho tampoco- y que dice tener la solución mágica al conflicto que enfrenta El Dominio en la Tierra.
Así, con esta nueva esperanza el “bando comunista” se pone las pilas y el libro avanza con la rapidez propia de un ambiente en plena crisis.

Debo reconocer que inicié esta lectura con un poquitín de recelo: temía hallar mucho lenguaje técnico y confundirme, o derechamente aburrirme. Sin embargo me encontré con una descripción de lugares y situaciones simple y clara, la cual me entretuvo y dio rienda suelta a mi imaginación, y cada vez que aparece un “aspecto técnico”, Cristián nos da su explicación de forma natural en la lectura, como el caso de los Cruceros espaciales y el poder bélico que tienen, así como las armas y sus daños; todo esto al final me ayudó a imaginarme cuál bando llevaba la delantera, o cuál tenía más opción de triunfo en cada enfrentamiento... aunque claro, no siempre mis pronósticos resultaron ciertos, y es que los personajes, como las personas, pueden ser bastante impredecibles.

Hablando del cordero, puedo decir que los personajes me dejaron un buen sabor de boca; no sólo en sus perfiles que fueron apareciendo en su justa medida –sin tirarte una bomba de detalles, pero tampoco en gotario recién a mitad del libro- sino que sobretodo en el desarrollo sicológico de cada uno, sus motivaciones y acciones que al ser variadas seguro permitirán a más de un lector sentirse identificado.
Aquí destaco un detalle que llamó mi atención y es que a la hora de la verdad, un personaje del grupo de “los malos” muestra más honor, ética y compasión, que varios otros del grupo de “los buenos”.


Por otro lado la historia va a un ritmo constante, atrapa más no de inmediato; y aunque no es de esos libros que no puedes dejar ni para ir al baño... tampoco es de aquellos que decides “terminarlos después”. Las ganas de saber lo que pasará siguen vivas y al menos debes echarle un vistazo antes de irte a dormir, o eso me pasó. Tampoco encontré a un protagonista declarado desde el inicio, sino que éste fue agarrando cámara a lo largo de la narración; para mi gusto es un giro diferente y novedoso.

En contra debo criticar que me topé con muchas palabras repetidas en algunos fragmentos, por ejemplo: “….lo primero que hicieron fue prender la chimenea, y luego ambos se acostaron cerca de la chimenea en la alfombra… el salón donde estaban era iluminado solamente por el fuego de la chimenea. Una luz rojiza cubría parte de la habitación, la flama de la chimenea bailaba lentamente…”
¿A alguien no le quedó claro que había una chimenea?
            Tenía que poner esto. ¡Terminó dándome risa!

Tejada también comete un abuso de los nombres de los personajes, en vez de usar los adjetivos “chico/a, muchacho/a, señor/a, joven, viejo/a” lo que a su vez se convierte en otro tipo de redundancia que entorpece la lectura, y siguiendo la tónica en ciertas partes hay una invasión de puntos seguidos que me recordó lo que yo llamo “el formato telegrama”, lo que no va con una lectura fluida.
Ahora bien, admito que no sabría si el tirón de orejas aquí sería sólo para Tejada, o también para su editorial, después de todo, parte de su trabajo es hacerle ver al autor ese tipo de errores.
           
Por último, aunque no menos importante, creo que la obra en esencia nos enseña que cómo estando en una realidad gris, ningún extremo vendría siendo lo perfecto; ambos tienen sus propios defectos y el no verlos viene siendo lo peor, pues así jamás se podrá trabajar en corregirlos. Algo que acá se visualiza en los regímenes expuestos, pero se puede aplicar a muchos aspectos de la vida misma. Así como lo triste que resulta el comparar las acciones de algunas autoridades del libro (mandar bombardear toda una ciudad para acabar con un puñado de rebeldes, para al final descubrir que los primeros huyeron antes, y que lo único “lamentable” sea eso y no las muertes inocentes que hubieron, por ejemplo) con algunas autoridades de la vida real misma, es para pensar en lo preocupante que puede ser la influencia del Poder, así como si en realidad “el fin” valdrá “los medios” que se ocupen para llegar a él.


Pensando en esas cosas me vuelvo a mi rincón, feliz de haberme topado con un interesante y divertido libro que recomiendo. Sobre todo a quienes son amantes de la space opera, y también a quienes no porque así como yo, no tendrán problemas en ambientarse y disfrutar del panorama presentado.

¡Feliz lectura para todos!
S. K. Seibert.