martes, 21 de julio de 2015

El Club de la Buena Estrella



“Todos somos como una escalera, un escalón tras otro,
que llevan arriba y abajo pero en la misma dirección”


¿Qué cuentan, amigos lectores?

       Aquí me tienen de vuelta junto a un buen té contra el frío, mientras escribo con una sonrisa de oreja a oreja tras leer mi nuevo descubrimiento clásico, un libro que también fue base para una película del mismo nombre: El Club de la Buena Estrella, de Amy Tan. Gracias a la peli (muy buena) me fui al escrito (mucho mejor) por lo cual sólo me queda dar gracias a quien me presentó esta obra, antes de ponerme a divagar de ella:

       La novela nos muestra a cuatro mujeres chinas con dos cosas en común: son inmigrantes en Estados Unidos y poseen una gran amistad, cuyo lazo se refuerza por... “El Club de la Buena Estrella”, bautizo que dan a una serie de reuniones que realizan en las que juegan al Mah Jong y comparten sus anhelos y decepciones. A través de ellas se muestra un paralelo de sus relaciones con sus hijas, jóvenes criadas en Norteamérica y por lo mismo, con ideas un poco diferentes a sus madres. (¿Muy irónico el poco?... Yap, fin de la copucha que ya me fui mucho de lengua)

      Teniendo narración en 1° persona que refuerza el ánimo de cercanía entre lector y personaje, Amy me mostró una serie de historias donde supo ambientar ambas culturas y darles su protagonismo, además de marcar ese mudo choque que tienen, y que va repercutiendo en las vidas de los personajes. El libro me atrapó de inmediato y debo destacar la forma, sencilla a veces, poética otras, con que la autora logra transmitirte las emociones del minuto: ahora estás feliz porque An-Mei logró escapar de ese novio indeseable, luego tensa viendo a Lena ser testigo de esa discusión, más rato frustrada y triste como Ying-ying, por el milagro no concedido pese al esfuerzo, y después emocionada frente al viaje de Jing-mei; por nombrar algunos guiños. Quizás los únicos peros acá fueron, unas pocas redundancias en ciertos momentos, de las que remarco una que en vez de molestarme, terminó sonándome a chiste:

“Y yo veía a Shirley bailando un zapateado o cantando una canción de marineros o frunciendo los labios hasta formar una O muy redonda mientras decía – Oh, Dios mío –”
Por si quedaban dudas de lo repetida de la O... ¡me la remarcan!
¿No habrá sido aposta?

Más importante, pues me interrumpió el enganche un par de veces, fue encontrar el temido tropiezo de quien busca repartir el foco entre varios personajes: cuatro madres, cuatro hijas y todas con el mismo peso en la historia. Más unas que otras de pronto se me revolvieron y crucé parentescos y/o relatos, adjudicándole a Suyuan lo vivido por Lindo, o dejándole a ésta la hija de otra. Con todo, gracias a un buen orden de la narración y el conocer más a las mujeres con la lectura, las confusiones son cada vez menores; para andar manejando a ocho chicas, reconozco que la autora supo defenderse bien.

      Con los personajes tampoco se quedó atrás: bien presentados y perfilados también los sentí muy cercanos. Desde problemas que varían entre los densos y declarados –los que por muy dramáticos que se vean en el minuto, no puedo decir que esté libre de vivirlos– a trancas personales y silenciosas las que me atrevo a asegurar que al menos con una, o te sentirás identificad@ o te recordarán a alguien, madres e hijas van relatando sus experiencias y encontrones, haciendo que te sea muy difícil verlas con indiferencia: o las adoras o detestas según el momento; personalmente me gustaron todas, si bien Yin-ying y Waverly fueron las que más me llegaron.

       Creo que el mayor punto fuerte de este libro está en las historias mismas, explicadas en distintos relatos con su propia protagonista y que, sin embargo mantiene la línea de trama al estar entrelazados; un hilo que noté páginas más adelante y cual si estuviera armando un rompecabezas, terminé apreciando más la obra conforme me acercaba al final. También rescato ciertos momentos divertidos que, sutiles o descarados, Tan entrega a lo largo de la obra, a veces salpicados de ese tira y afloja entre ambas culturas (Un gran ejemplo es ése momento en que el novio norteamericano asiste a una cena familiar donde, ignorante de las costumbres chinas y con una cándida sonrisa arruina la velada, eso sí, “con la mejor de las intenciones”) O instantes de sabiduría, como el guiño a la idea de que los hijos aprenden más de ejemplos que de palabras, tan bien mostrado en la voz de An–Mei:
“Me educaron a la manera china: me enseñaron a no desear nada, a tragarme la desgracia de otros, a comerme mi amargura ¡Y aunque enseñé a mi hija lo contrario, ella ha seguido el mismo camino!”

       Claramente lo recomiendo de pé a pá, y encantada compartiré opiniones de esta novela con aires nostálgicos y familiares, que sin ser de esa índole, hasta podría tener tintes terapéuticos con las indirectas enseñanzas que entrega. Más allá de los gustos no veo un límite para la recomendación, aunque tal vez surjan algunas lagrimitas inesperadas al terminar la lectura. ¡Quién avisa no es traidor!
       Sin más vuelvo a mi rincón a tomarme mi pastillita, y luego saltaré al rincón vecino para darle un buen abrazo a mi madre.

¡Felices lecturas para todos!
S. K. Seibert.

lunes, 13 de julio de 2015

Su nombre era Dakiu



 “La Vengativa Venganza”
Estimadísimos:

      Sentada frente a una puesta de sol, comienzo a vislumbrar por qué la vida me ha presentado ciertos libros, los que cual fuego sobre hierro, forjaron mi cabecita para un momento como éste. Días atrás ahí estaba, tranquilita en mi rincón hasta que llegó mi amigo con su novedad: Te reto a que lo leas –dijo y acepté el desafío, aunque al ver su sonrisa marca “gato de Cheshire” debí echarme para atrás. 
       Pero no, ignoré las señales y ya a solas miré el ejemplar: “Su nombre era Dakiu” del autor chileno Jaime Medina; sin más ceremonia comencé a leer. Al ir en la décima página ya pensaba en mandarle un virus a mi querido amigo. Me explico en detalle:

       La novela nos muestra a Katrina, una joven que tras morir “revive” como Inmortal (suena raro, lo sé, lo sé), encuentra un maestro que le enseña la existencia del Mundo De Oscuridad, una realidad paralela a la nuestra (Mundo De Luz) en la que existen aquellos seres que, para nosotros, son mitos o fantasía. Y como el MDO no puede estar libre de problemas, mientras la prota se acostumbra a los hechos, un antiguo villano surge para liar la cosa, entre muchos otros eventos y peleas... dejo hasta aquí el soplo correspondiente, para no dar spoilers.
Que sí, fue un soplo; a la hora que lo hago de verdad, no hay blog que resista.

        Ya lo decía el sabio Murphy: Todo lo que empieza mal, acaba peor.
Con una narrativa en primera persona, la historia parte más rápido que pistoletazo de carreras. En dos páginas Medina nos muestra una pincelada de la familia, el último viaje que Katrina hace con sus amigos y cómo tras un choque, mueren todos menos ella (de quien me vine enterando su nombre al menos diez páginas más adelante -antes sólo se deduce el sexo por un par de frases como “me quedé dormida”-)
       Comprenderán que mucha empatía por su desgracia no sentí, si no sabía nada de ella ¿qué me iba a importar lo que le pasara?
      Igual con la llegada de su mentor le dura bastante poco el trauma y la velocidad de la lectura también se refrena... algo. Eso fue bueno para mi gusto; lo que no puedo decir de la introducción al MDO ya que teniendo la oportunidad de mostrarnos el universo enterito, con personajes que prácticamente lo recorren de pé a pá, Medina se limita con frases como “fuimos por el desierto/montaña/bosque” o “la ciudad tenía calles/gente” o “era como cualquiera del MDL
      ¡Oye! Que el chiste de mostrar un universo nuevo es... ¡Mostrarlo! Hasta con el viejo universo hay que decir algo más allá de “era como cualquier ciudad de Italia” –Ni que los países clonaran sus ciudades –Definitivamente hubiera quedado mucho mejor si al presentar el mundo el autor hubiera puesto la mitad del énfasis que puso en las mil y una peleas que nos presenta
      Otro tema son los focos: Apoyo totalmente que se quiera mostrar otra visión además de la protagónica; y encuentro buena idea hacerlo al comenzar un capítulo nuevo; más si cada uno tiene sus buenas veinte hojas (echaba de menos los capítulos largos, adoc con una novela) Pero, si me cambian de Fulanito a Menganito y en todo el nuevo capítulo, a Mengano le pasan un turrón de leseras, para cuando vuelvo a saber de Fulanito no recuerdo en qué miéchicas quedó. Y no, como sospecharán no tuve ningún resumen camuflado para reintroducirme... obligada a retroceder en las páginas, hasta hallar la última pista de Fulanito. Ni hablemos del capítulo final, donde ahí el cambio de luces ocurre prácticamente por párrafo, como si los personajes jugaran al “tú la llevas”, con pequeños guiños que te advierten del hecho, con una destreza que te permite llegar a la mitad de escena sin saber de quién se trata. Vale que no quieras casarte con la protagonista, pero... ninguna, y es en serio, ninguna historia va a aguantar que tengan el mismo peso seis o siete compadres por episodio. Quizás el truquito final hubiese sido una buena jugada con sólo tres de los personajes. Aunque en esta historia ese número hubiese sido imposible ¿Por qué? Pues... mejor hablemos de los personajes en sí.

       Como el mundo solito podía ser muy aburrido, necesita de habitantes para sacudirlo, y vaya que este autor terremoteó al suyo con una verdadera piñata de razas “con profesiones” tales como humanos, inmortales, hombres lobos, vampiros, inquisidores, ángeles, magos, cazadores, nigromantes, hadas, demonios, vivos, no vivos, muertos, resucitados, Dioses, guardianes, zombies... en fin, sólo faltó que apareciera cantando el muñeco de Frozen.
       ¿Cuál es el problema? Los más avispados seguro ya lo ven: muchos títeres para un solo titiritero (ni hablemos del –cuasi inexistente- escenario).

       Sinceramente, creo que el autor de esta obra entendió mal la conocida frase y aplicó: cantidad es mejor que calidad.
       Por ejemplo el aspecto físico ni da para el tripack: sólo describe las ropas y armas que llevan. Y aunque en los perfiles vi la esperanza de un buen desarrollo, se mostró tan poco... hasta me fue frustrante encontrar momentos valiosos como “el entrenamiento de espadas” entre Katrina y Dakiu, donde podría haberse visto cómo crecía su relación... y el único jugo sacado fue:
“Sí... fueron clases realmente difíciles, pero valieron la pena. En fin seguiré contando mi historia. Adelantémonos una semana más o menos, ya que en esos días no pasó nada interesante, sólo clases del uso de espada”
Y ya está. Obviemos si le costó o no, si en algún momento peleó con su mentor por la presión, o hablaron de algo personal que los acercara...naah, lo importante es que ya esté lista para salir a pelear y volverse más fuerte -Y claro, de eso sí mostremos el número de patadas, tipo de armas, nombres de ataques-...ya entienden.
      He aquí otro punto: la chica pelea y gana, asesina por primera vez... ¿y pregunta si podrá vender la ropa del cadáver? ¿No siente culpa, susto, inquietud o sorpresa? ¡Dios, por último que tenga satisfacción y un obvio sadismo por lo que hizo! Nada... a mi gusto, padece cierta esquizofrenia, que a veces la hace ser humana y otras (la mayoría) la deja como máquina asesina. ¿Nada más? Nones. Difícil que haya algo, si su gran sentir y única motivación a lo largo de la historia, es la venganza: Katrina venga a quienes debe vengar, a quienes quiere vengar y a quienes no pidieron ser vengados; ella les hace el favor igual. Un tópico que curiosamente se repite en casi todos los demás personajes –y los que no quieren hacerlo, tienen quien les guarde rencor-.
Resulta igual de curioso que, habiendo tanto ser de distinta raza y cultura, no usen otro término aparte de “¡Maldición!” y muestren el mismo entusiasmo y labia –cuales clones programados– para contar “su historia” (ésa que pasó mientras uno leía sobre otro personaje)
     
    Con todo lo anterior la trama tampoco sale bien parada; si bien no hay lagunas su línea se va perdiendo en el bosque de peleas; así como temas con un potencial reservado (grimoriums, ragnarok, la pelea divina, por nombrar algunos) terminan poco pulidos o como accesorios.
Me temo que esto pasa porque hay un despilfarro de situaciones, enfoques y personajes que Jaime intenta encajar en un solo arco, así como una sobredosis de historias paralelas. Al punto que si me preguntaran cuál fue el camino que trazó la protagonista para terminar donde llegó... confieso que varias partes no las recuerdo. Porque gracias a lo recién dicho uno olvida hacia dónde van los personajes o su fin inicial, sin mencionar la suma de incoherencias, por ejemplo: Katrina declarando a su enemigo que no le perdonará el “haber puesto en su contra” a su hermano... y al ratito en el mismo párrafo admite haber olvidado que el chico estaba ahí en plena batalla. Tanto así que no me da para ordenar la cantidad de cosas que podría decirles sobre el libro.
     En suma, un libro que para mi gusto pudo haberse dividido en dos y tal vez, podría haber tenido más apreciación. Con todo y como siempre recomiendo, si alguien desea formarse su propia opinión (o debatirme de una) adelante, ármense de un ejemplar y lean, que no muerden.

“Y así, tras terminar su relajante té de hierbas, con el último rayo de sol desapareciendo en el horizonte, la joven se fue con pasos calmados a su rincón, sintiendo que había superado otra gran prueba literaria y sabiendo que, la escalera iría cuesta arriba…..”

¡Feliz lectura para todos! ¡Que nos les pase nada!
S. K. Seibert.

¡Un momento! Si la cosa con estos “libros especiales” irá empeorando con cada ejemplar... ¿cómo serán los que me tope después? De pronto, hace mucho frío por aquí...

lunes, 6 de julio de 2015

Aunque tal vez sólo seamos los Dioses de las Hormigas



Y en ese caso...
¿De quién seremos las hormigas?

¿Cómo están, amigos lectores?
Aquí me tienen, como siempre saliendo de mi rincón sólo para hablar de libros.

Seré sincera: cuando tuve en mis manos el ejemplar “Aunque tal vez sólo seamos los dioses de las hormigas” del escritor chileno Jorge Alberto Collao, caí en la talla de juzgarlo por la tapa (o el título). Pensé que sería un libro que no llamaría mi atención: “suerte que es chico” me dije tras ubicarme en mi sillón favorito y abrir sus hojas. Y ahora mientras escribo esto, repito: “mea culpa, más mea culpa y recontra mea culpa”. ¿Qué puedo decir? Los refranes no son por nada, y Jorge me sorprendió de muchas formas.

Con una trama bien curiosa, comenzó hablándome de frutas y chistosamente ni noté cuando me cambió el menú y terminé leyendo de espaguetis. Esta novela nos muestra a tres extraterrestres que realizan un viaje a través del espacio, del que no sabemos su destino y cuyo fin parece ser el descubrimiento de algo... que ni los mismos personajes saben al comienzo, mas sobre la marcha se van atando los cabos. Mantiene un grato estilo reflexivo y maduro que avanza en la historia sin arrastrar lagunas, aunque sí a veces me confundió con ciertos tecnicismos, así como en otras sentí que exageró en sus ejemplos para transmitir la misma idea. Con todo, me encantó el trasfondo del viaje así como su final, que con una vuelta de tuerca me dejó plop y un buen sabor de boca. Tal vez con ojos analíticos podría ser la conclusión más adoc, pero fue el que menos esperé.

En su narrativa hay dos cosas que llamaron mi atención: su enganche, que empieza muy tranquilo y a lo largo de las páginas aumenta la potencia (sin llegar eso sí, a ser de esos libros que parecen pegados con stick fic a mano), me gustó ese tira y afloja donde te pones a hacer otras cosas, e igual sigues pensando en cómo podría continuar la historia. Y lo otro interesante fue el narrador (3° persona) que, a diferencia de otros libros de razas extraterrestres, es el primero que leo donde se impone el límite de la visión humana, dejando en claro que por eso hay ciertas cosas que “no se pueden explicar” (Por ejemplo, la forma de comunicación entre los personajes o el concepto de tiempo que tienen). Lo encontré muy novedoso y bueno para empatizar con la idea de estar leyendo sobre “otras culturas”; mi única gran queja aquí (y gran porque me hizo bastante ruido) es que, al parecer, en su afán de respetar esos límites Collao exageró con una poca descripción de ambientes, así como el aspecto de sus criaturas. (Nunca supe cómo eran los Jurgans o los Rrrrraquis) Si bien hay ilustraciones que ayudan, en especial con los más importantes, en mi caso con uno supuse a quién representaba sólo por descarte, lo que no me parece algo muy válido.
Yendo de fondo al tema de los personajes si bien extrañé más detalles, rescato el quid que no fueron unos palos fomes y lograron gustar o molestar según el caso, ya que con guiños a lo largo de la historia y de forma clara, el trío de razas muestra sus formas únicas de ser. Como bonus personal los tres ganaron un lugarcito en mi corazón, pero Srady fue mi favorito (pucha que lo entendí)

A fin de cuentas puedo decir que felizmente me tragué mis prejuicios, porque me gustó y altiro lo pongo en mi sector de recomendados; eso sí al ser una historia de extraterrestres tan fiel a su estilo propio, me atrevo a advertir que si no gustan ni les da curiosidad el tema, podrían no verle la gracia al libro. Por otro lado no está dirigida a una edad específica, el quid se encuentra solamente en los gustos literarios. ¿Quién sabe? Puede pasarles como a mí y llevarse más de una sorpresa, así que los invito a leerla y compartirme su opinión.

¡Felices lecturas para todos!
S. K. Seibert.