Los tratos que se hacían en esos años
¡Hola amigos!
Tras una visita inesperada de migraña, que digamos me tuvo ocupada todo un día, les traigo la siguiente lectura: el segundo libro que leo de la autora estadounidense Patricia Ryan, así que ya puedo esperar un ambiente de época medieval y su cuota de romance. Sin más, les cuento cómo me fue con “Viento Salvaje”.
Esta vez la historia nos muestra el dilema de Nicolette de Saint Clair, quien tras haberse casado para recibir su herencia, debe saber tener un heredero si quiere conservarla, pero hasta la fecha eso no ocurre y su esposo está muy enfermo. Paralelamente y sabiendo lo que está en juego, será éste quien le propondrá a su primo, Alexandre de Perigeaux, el engendrar un hijo en Nicolette y salvarla de la ruina; todo esto ignorando que fue justamente él, el amor al que Nicki renunció años atrás por cumplir su deber, destrozándole y destrozándose el corazón.
Partiré diciendo que me empecé con entusiasmo la lectura y la terminé con sentimientos encontrados. Lo primero ¿me gustó? Sí... pero hay detalles y comparaciones que me son difíciles de ignorar, algunas espero que sólo sean porque es mi segundo libro, y los demás me sorprendan. De partida me encantó la portada -Ok, una nimiedad pero tenía que decirlo- y ya entrando en lectura me encontré con un enganche inmediato, donde la descripción de lugres y momentos, junto a un ritmo fuido y entretenido ayudaron a que éste no se fuera en toda la historia. De la ambientación nada que decir, estuvo a al altura de lo que esperaba encontrar y destaco un pequeño fragmento que les comparto acá:
“Le atrajo la atención el escritorio con la cubierta inclinada y la silla pegada a él. Encima, en hileras muy ordenadas habría unas dos docenas de plumas con el cañón manchado con tinta, de diversos tipos y tamaños. Cogió el cortaplumas con mango de hueso y se pasó la hoja por la mejilla, para evaluar su filo; estaba afilada como para afeitarse. Una hoja de pergamino, en blanco pero con las rayas trazadas, estaba fijada con alfileres al tablero, junto a una tabilla encerada y un estilo.”
Como lectora amante de letras que soy, me dio cierto placer esta imagen de cómo era el escribir en esos tiempos, además de acordarme que años atrás quise tener una pluma para escribir, jajaja.
La trama estuvo bien... pero pudo ser mejor. En algunas cosas fue predecible, aunque es de esos casos donde sabes cómo terminarán los personajes, mas no la forma en que llegan a esa situación, y esto último me atrajo. Eché de menos un poco más de acción pero del romance no puedo quejarme, fue sin duda el dueño y señor de la trama... un romance más adulto debo aclarar, porque si, hay flores, mariposas, y un par de momentos no aptos para niños. Otra cosa interesante es que con todo un panorama no tan intrigante por sí solo, sentí cierta tensión por el no saber las decisiones de los personajes, con todo el embrollo y la duda de qué pasaría con la herencia, en especial en la última parte, donde algunos me dieron más de una sorpresa en el clímax. Peero, el final la jodió, dejándome con gusto a poco, así de simple.
Metiéndome de lleno con los personajes, aquí tengo flores y piedras por igual. Me gustó el desarrollo y las interacciones, ninguna la sentí forzada y en esto destaco las conversaciones de Milo y Alex, donde además se nota la tozudez de uno y la moral del otro frente a un tema delicado. También los detalles referentes a las creencias de la época -como el comentario de Berte de que “hacer ocupaciones de hombres” podía influir en volver estéril a una mujer- fueron unas joyas para imaginarme cómo eran las cosas en esos tiempos. Lástima que ninguno destacó como para considerarlo mi favorito, quizás porque en algunos momentos sentí que se repetían los moldes. Si, aquí va la primera piedra, y es que por dar un ejemplo, de nuevo me encontré con un personaje considerado “loco” por sus ideas adelantadas en las ciencias, por suerte éste fue secundario; pero con el hombre protagonista, tristemente también sentí que se repitió la tónica de un tipo libre, que por x motivo elige no tener familia, famoso por su atractivo con las mujeres, pero con ninguna cae /excepto la protagonista, claro está. Ojalá los siguientes libros me muestren que sólo tuve mala cueva con éstos y no es un falla de la autora. Otro detalle que me hizo ruido, y admito que me hace preguntarme si será algo del género o no, es la manía de que el hombre principal (protagonista, o amor de la protagonista) sea perfecto, físicamente. Y aquí la cosa fue más allá. Alex tiene muchas cicatrices visibles y sin embargo, lejos de afearlo, eso le da, y cito “un matiz de misterio en su belleza”... (y acá agarré mi cojín especial para cabezazos, porque ya me aburrí de sufrir migrañas con la pared)
Compensando con algunas flores, y aunque no fue un favorito pero sí me hizo reír en cierto modo, destaco al villano, que no es ningún secreto su identidad en la historia, pero fue bien divertido estar en su cabeza y ver cómo planeaba cosas y luego, por gajes de la vida, éstas se iban a water y le daban una urticaria creciente con las páginas. El enredo de las copas fue un total chiste y lo sucedido con el Abad, bueno, admito que ahí hasta sentí un poco de empatía por sus esfuerzos para biocotearle la vida a los protagonistas.
En suma, fue una lectura entretenida, con hartas páginas que pasaron rápido igual, me gustó pero debo ser honesta: sólo la recomiendo para los románticos declarados, o quienes no busquen algo que te mantenga en ascuas todo el rato. Sino... te aburrirás, qué te voy a decir.
Sin más, vuelvo a mi rincón para ponerme al día... siempre me ha gustado Diciembre, pero ahora no, la pega se ha vuelto más densa y me quita tiempo de lectura, snif.
¡Feliz lectura para todos!
S.K. Seibert.