domingo, 14 de junio de 2015

La Casa de los Espíritus



“Si aplastaste una mariposa diez años atrás,
provocarás un terremoto en el tiempo actual”

“No estaba muerta, andaba de parranda”... Sí como no, parranda me van a dar ustedes por todo el retraso. Al menos mi manager en las sombras ya está afilando los cuchillos. Vale que un mes y… -ya perdí la cuenta- es todo un récord del que no me enorgullezco. Como sea y sin ánimo de latear con detalles, mis disculpas a tanta demora... en serio, llegará el día en que logre mostrar una reseña por semana (este año, por favor, este año Diosito) En fin, basta de palabrería y vamos a lo que vinieron:

Me presento con otro ejemplar que catalogo como clásico; después de todo si alguien no lo ha leído, al menos habrá oído de él o visto su película del mismo nombre: La Casa de los Espíritus, de la escritora chilena Isabel Allende. Una obra muy buena he de reconocer, no por nada es uno de mis favoritos.

La Casa de los Espíritus es un libro cuyo atractivo no radica en los hechos mostrados, tanto como en los personajes mismos, pues su trama en sí la hacen con su diario vivir y la forma en que se relacionan, creándose así un ambiente que, al menos a mí me sonó bastante familiar.

Y aquí el papelito bajo la mesa para los menos informados: A grandes rasgos la historia se centra en la vida de la pareja protagónica Esteban Trueba y Clara del Valle, dos seres tan parecidos como seda y lija, él trabajador práctico, serio y dominante; ella espiritista nata, volada y de fácil sonrisa; a ellos se suman sus hijos y nietos que van asomando nariz, ojos y cuerpo páginas más adelante, así como la familia de los García, un clan tan afín con los Trueba como la pareja dicha y que, por los hilos del destino, el karma, el azar o la tincada de la autora (como prefieran) terminan más conectados que si tuvieran la misma sangre.

Si bien no hay un protagonista declarado –algo que suele pasar con este tipo de relatos familiares –se nota la importancia de Esteban Trueba para la obra, algo que sigue dándome risa al pensar en la forma en que ingresa a la historia: cual secundario casi tirando a relleno. Y al final de la página termina robándose la película y siendo el único personaje que está vivo a todo lo ancho del culebrón. Sin contar el espacio que Allende le otorga en ciertos párrafos, al cambiar la tercera persona narrativa, por una primera... sí, hablo de su persona; permitiendo con eso al lector enterarse de los hechos, así como de su visión y con ello conocerlo mejor. Valga decir que el cambio de foco ocurre sin aviso previo, lo que a la larga no se presta para confusiones al respecto, mas sí es chocante las primeras veces.
Otra cosa curiosa es cómo pese a tratar con tres generaciones en un mismo libro, la autora termina conectándolas por el nexo de Esteban con su nieta Alba quienes, coincidentemente, terminan conviviendo solos en la “Gran Casa de la Esquina”, además de ser únicos supervivientes de su respectiva generación.

Los perfiles de personajes están a mi gusto bien formados, mostrándose su evolución con el pasar del tiempo sin estropear su esencia. Un cuidado que se nota sobre todo en las mujeres de la historia (mientras que Nívea pensaba en apoyar “femeninamente” la candidatura de su esposo, su bisnieta se veía como miembro activo de una revolución social). Incluso Esteban, con todo su orgullo que lo domina de pé a pá en toda la trama, muestra un cambio de proyecciones respecto a su hija y nieta: con la primera sólo espera que tenga un buen matrimonio y brille en sociedad, mientras que con la última opina que es mejor que estudie y tenga una carrera, ya que para las mujeres el matrimonio “es un mal negocio”. En la misma área personajil destaco el juego que Isabel hace: incluso aquellos títeres que parecen cumplir una función de challa, sorprenden al final de la esquina al ser parte vital del clímax y su resolución. Además tampoco deja que entre tanto mono alguno quede al olvido (ni siquiera los muertos, ojo, Barrabás es la prueba de ello)

Tal vez su mayor pifia esté en la trama, o más bien en su falta de originalidad. Y es que el basarla en algo como la vida de los personajes (cual teleserie en papel) no es el último grito de la novedad; Sin embargo rescato la manera de mostrarla, porque es entretenida y atrapante al punto que, aunque la sepas una idea común sigues empeñado en seguir leyendo y saber cómo terminará todo.

En la ambientación Allende no se va con chicas, detallando aspectos físicos de los lugares, amén de hacer notar los cambios que se van produciendo tanto económicos como sociales, siempre con esa cuota de humor que la caracteriza:
“había un desorden de modernismo, un estropicio de obreros haciendo hoyos en el pavimento, quitando árboles para poner postes, quitando postes para poner edificios, quitando edificios para plantar árboles”
¿Alguien dijo el Ciclo sin Fin?

En conclusión, podemos decir que esta obra no sólo me encantó, sino que también la recomiendo plenamente a quienes quieran una amena lectura, que no sólo les entretendrá y hará recordar a más de algún conocido, sino incluso tal vez puedan sacar alguna reflexión interesante, pues parafraseando a la joven Alba: “todo lo ocurrido no es fortuito, sino parte de un destino dibujado antes de mi nacimiento”

¡Felices lecturas para todos!
S. K. Seibert.

PD: Si sumo su fecha de publicación, más el hecho que lo leí por primera vez a mis juveniles 11 años… ¡Atájenme el carnet!

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